viernes, 6 de marzo de 2009

Diez raptos

El período enmarcado por los primeros años de la década de los noventa fue uno de los más oscuros y violentos en la ya compleja historia de Colombia. La guerra a muerte entre el Estado y el narcotráfico alcanzaba su culmen, después de años de una silenciosa participación política y social, dejando cientos de víctimas inocentes en el campo de batalla en que se convirtieron las principales ciudades del país. Para 1993, con la muerte del capo Pablo Escobar Gaviria, el país había alcanzado un relativo remanso de calma y es en ese año cuando el escritor colombiano Gabriel García Márquez, ganador del premio Nóbel en 1982, recibe una solicitud muy particular de una de las familias afectadas por esa guerra sinsentido, difícil de ignorar para un escritor de su talla y mucho más para un periodista: escribir un libro en el que se relataran las penosas experiencias que vivieron durante ciento noventa y tres días por cuenta de un secuestro “político” ordenado por el grupo de los Extraditables, liderados por Pablo Escobar. Así es como nace Noticia de un secuestro.

Este reportaje novelesco, que el mismo autor califica como la labor más difícil y triste de su vida, le tomó tres años de arduo trabajo durante los cuales realizó una serie de entrevistas que le permitieron reunir testimonios dolorosos y escabrosos de diversos actores involucrados en los eventos. Si bien el objetivo inicial era exponer con la historia del secuestro de Maruja Pachón y la odisea vivida por su esposo Alberto Villamizar para rescatarla, en el camino surgió la perentoria necesidad de dar una voz a los otros nueve individuos secuestrados durante el año 1990, durante los primeros meses del gobierno del presidente César Gaviria Trujillo.

Las historias de Marina Montoya y Francisco Santos (secuestrados el 31 de julio), de Diana Turbay, Juan Vitta, Hero Buss, Azucena Liévano, Orlando Acevedo y Richard Becerra (secuestrados el 30 de agosto), y de Maruja Pachón y Beatriz Villamizar (secuestradas el 7 de noviembre) se entrelazan en un relato que intenta ser lo más completo posible, abarcando la situación de los familiares y allegados de las víctimas por un lado, mientras se detalla el estado de las relaciones entre el Gobierno Gaviria, muchas veces puesto entre la espada y la pared y juzgado públicamente con crudeza, y el ilegal grupo de los Extraditables, cuyo medio de acción se centraba en secuestros, asesinatos y atentados.

La lectura del relato se dificulta por momentos, entorpecida por cambios abruptos de tiempos y espacios entre los diversos relatos de las experiencias de cada uno de los secuestrados. La historia se desarrolla entre los años 1990 y 1991, en una línea de tiempo que va y vuelve de acuerdo a los protagonistas momentáneos. Por otro lado se encuentra el lector con un elaborada narración del momento del secuestro de cada una de las víctimas, del mismo modo en que se describen en detalle los diferentes lugares destinados al cautiverio –unos menos tétricos que otros– y las variopintas personalidades de los secuestradores, que van de la amabilidad y buena educación a la brutalidad y el abuso más crudos. Es notable la habilidad del escritor para retratar con palabras los sentimientos de angustia, desesperación y rabia experimentados por las víctimas y sus familias.

Al abordar el texto es perceptible la dificultad enfrentada por García Márquez al momento de materializar esta crónica. Para los lectores cercanos a la obra del Nóbel es claro que su maestría con la pluma no es aparente en un relato en el que la realidad, el sentimiento y el dolor, más que el realismo mágico, la imaginación y la narración, llevan la batuta. No obstante es importante anotar que en medio de una realidad tan compleja como la colombiana, especialmente en el período abordado por este libro, los hechos muchas veces superan la fantasía con la que García Márquez acostumbra alimentar sus historias; así pues en un momento en el que ya casi todo se daba por perdido salta voluntarioso un anciano sacerdote de ruana y cabello blancos, con un espacio diario en la televisión nacional, que logra lo que el Gobierno con todas sus presiones y negociaciones no ha podido: hacer razonar al capo de capos.

Una de las fortalezas más relevantes de este libro es la generación de sentimientos fuertes y muchas veces encontrados en el lector, trascendiendo precisamente esas mismas sensaciones sufridas por los protagonistas del relato, registradas en el papel. Situaciones dolorosas se encuentran a lo largo del texto, y especialmente duras son las descripciones de las muertes violentas de tantos inocentes que el único error que cometieron fue aparecer involuntariamente en el tablero de juego de intereses del narcotráfico; pero así mismo giran en el relato momentos disímiles de dicha, desde aquellos provocados sencillamente por una palabra amable por parte de un secuestrador hasta la felicidad máxima –combinada con terror– cuando llega la anhelada liberación.

Por otro lado la posición de este texto narrativo de doce capítulos como documento histórico le enviste de una gran relevancia al registrar momentos impactantes de la vida nacional colombiana que no deben ser olvidados so pena de perder su tristemente ganada trascendencia, en esa medida debería ser lectura ineludible de todo aquel que desee conocer con algún detalle el flagelo del secuestro y el papel que ha jugado el narcotráfico en la vida de Colombia.

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